Y entonces pasa. Te cansas de lo que habías sido hasta ahora y decides coger ese tren sin un destino fijo. Y es que ya todo te da igual. Te has caído tantas veces que no te quedan obstáculos con los que tropezar, y si caes de nuevo, ya no duele. Odias a la niñata caprichosa que tanto tiempo has llevado dentro. Ahora toca vivir sin planear, sin pensar y sin poner la mano en el fuego por nadie. Toca dejarse llevar.
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